Directora Eugenia Silva – NJ147
¿Doctor quiénes fueron sus padres y cómo se desarrolló su niñez, cuáles sus recuerdos más sentidos?
Mis queridos padres: Rodrigo Peña Andrade, cuencano, y Amelia Romero Moreno, zarumeña. Mi niñez transcurría con toda normalidad, recuerdo haber sido un niño completamente feliz, rodeado de cariño, amor y compañía, hasta que ocurrieron cuatro sucesos que marcaron mi vida para siempre. Cuando tenía cuatro años de edad y entonces tres hermanos (el cuarto nacería unos años más tarde), mi padre fue a estudiar en Illinois, USA. En esa época era poco frecuente que un ecuatoriano vaya a realizar su postgrado en USA. Ese episodio marcó mi vida, porque empecé a enorgullecerme de mi padre ausente mientras él estudiaba.
El segundo episodio, ocurrió cuando yo tenía 9 años. Por los méritos de mi padre, lo había reclutado muy joven un organismo de la OEA, lo que nos obligó a trasladarnos a vivir a Bogotá. Mi padre falleció el 30 de junio de 1966, a los 33 años de edad, en Colombia. Quedamos mi madre, que por casarse con mi padre apenas era bachiller, y cuatro hermanos varones: Rodry, Yo, Mauri y Pablo, que más tarde en la vida me han proporcionado sobrinos ejemplares.
El tercero y quizás el más importante de los sucesos de mi infancia (y de mi vida), constituyó el tesón de mi madre. Viuda a los 33 años de edad y con cuatro hijos, sin arte ni oficio, jamás se amilanó. Siempre nos inculcó amor, solidaridad, empeño, ganas y, sobretodo, decisión de romper barreras y superar adversidades y dificultades. Mi madre siempre nos decía: “nunca digas no puedo, di que no lo has intentado todavía.”
El cuarto suceso, enorme por su significado y potencia, por las circunstancias que vivimos, consistió en el amor y solidaridad entre mis hermanos. Fue lo que nos permitió avanzar juntos en la vida, con muchas limitaciones pero sin complejos y nos permitió lo que cada uno ha logrado. Que en verdad es muchísimo.
¿Y su vida estudiantil en los primeros años y en el colegio?
Fui el mejor estudiante del 2do grado en la Escuela Municipal Espejo, me dieron un diploma y una medalla y yo estaba feliz por ello. Al inicio del tercer grado, mi familia se trasladó a Bogotá. Ingresamos con mis hermanos en el Colegio Americano de esa ciudad y, para sorpresa de todos, por el dominio en Matemáticas, en Historia y Geografía, nos ascendieron un grado a mi hermano mayor y a mí. Cuando regresamos al país tras la muerte de mi padre, ya estaba en 5to año de primaria. Habíamos ganado un año y por ello me gradué de bachiller a los 17 años.
En mi gran colegio, el San Gabriel, hice de todo: teatro, poesía, música y deportes. Representé a mi colegio en los concursos de Libro Leído que organizaba el Municipio de Quito, desde el 3er año hasta el 6to. Integré el elenco de teatro que participaba en los eventos intercolegiales de la ciudad y también integré conjuntos de música, en los que yo tocaba la guitarra y cantaba muy mal. Fui defensa del equipo que ganó el torneo de fútbol del Colegio en el año 1974. Pero por sobre todas las cosas, conocí seres maravillosos que se convirtieron en los grandes amigos de la vida: Bernardo, Ricardo, Iván, Álvaro, Juan Carlos y Ramiro, especialmente. Con Bernardo nos graduamos formulando nuestra tesis de grado en forma conjunta y abarcando tres materias: historia, geografía económica y literatura. Hecho inédito en la historia del Colegio. En esa época conocí a otros grandes amigos de mi vida: Roberto y Pablo.
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