Foro – Luis Narváez Ricaurte
Atónitos, el 6 de enero de 2021, urbi et orbe veíamos, sin dar crédito, imágenes al mejor estilo de un thriller hollywoodense: el asalto al Capitolio en Washington. Estas escenas que, en nuestro imaginario colectivo, suele relacionarse a conductas de esos países ubicados en esas latitudes subdesarrolladas –sin institucionalidad, ni cultura política y, por tanto, incapaces
de estar a la altura para articular relaciones sociales y políticas con civilidad-, se veían reproducidas en el corazón del paladín de la democracia y la libertad.
Huelga recordar que este atentado no es el primero que sufren los Estados Unidos de América (EUA) en la sede del legislativo, pero sin parangón alguno, sí es uno que alertó a las estructuras políticas internas estadounidenses, obligándolas a cerrar filas y presentar, en lo posible, una unidad real –evidenciándose a la vez, las profundas diferencias existentes-; así como, generó una ola, en el plano internacional, que produjo las más variopintas lecturas, desde visiones apocalípticas del
inicio del fin, hasta simples explicaciones que minimizaron los hechos.
Sin embargo, más allá de las tendencias a reducir esta realidad a lecturas radicales, no cabe duda que el proceso electoral y sus resultados, se produjeron con dolor y que requirió electo Presidente pueda ocupar la Casa Blanca. En esas condiciones,
Joseph R. Biden Jr., se convierte en el cuadragésimo sexto Presidente de los Estados Unidos de América (EUA).
A esto, hay que sumar la guinda final: la ausencia del Presidente saliente, Donald Trump, en la ceremonia de investidura de la Administración Demócrata, con lo que, el magnate de los realities shows, vuelve a dejar su impronta, rompiendo 152
años de tradición (El Universo, 2021) que, a pesar de ser una ceremonia protocolar, resulta de gran simbolismo, ya que
representa uno de los principios democráticos: el traspaso del poder del Presidente saliente, al Presidente entrante, en el
marco de una democracia plena y libre.
Con este telón de fondo, hay que examinar las implicaciones políticas del cambio, no solo del timonel, sino del cambio de
Administración: de republicana a demócrata; todo esto, en el entendido que los EUA es un país que tiene históricamente
definidas una ruta y un horizonte, que se articulan bajo un principio rector: el destino manifiesto, y al cual responden
y se articulan las estructuras partidistas (demócratas y republicanas).
Las políticas que debe implementar la Administración Biden se desarrollarán en dos andariveles: primero, novas, que buscarán redefinir las decisiones de su antecesor en el plano interno y externo; y, segundo, propias, que seguramente
responderán a una reedición de las políticas adoptadas durante la Administración Obama y otras nuevas con base al análisis de la coyuntura internacional actual, para reposicionar, nuevamente, a los Estados Unidos de América (EUA).
La premisa, sobre la cual serán definidas las políticas demócratas, en palabras del propio Joseph R. Biden, Jr.
(2020, pág. 78) es que, en lo externo, la credibilidad y la influencia de Estados Unidos en el mundo ha disminuido y, en lo interno, se ha dañado a la clase media estadounidense – alejado de los valores democráticos que dan fuerza a los EUA y lo unifica como pueblo-.
En esa lógica, los temas de importancia inmediata para la agenda de la Administración Biden son: el cambio climático, la migración, la disrupción tecnológica, las enfermedades infecciosas, la democracia, la reconstrucción del sistema internacional; en lo multilateral, fortalecer el compromiso con los organismos mundiales; y, en lo bilateral, reconstrucción
de la confianza con los aliados y reposicionamiento de los intereses estadounidenses ante los países que, hoy por hoy, han lucrado de la pérdida de liderazgo de los Estados Unidos en los últimos cuatro años.
Este esfuerzo por reencausar a los EUA, está concebido en términos simbióticos entre lo externo y lo interno, por lo que la recuperación de la clase media –motor de la economía estadounidense4- tendrá como pivote el sistema educativo, que buscará articularla a través de visiones incluyentes; reformar el sistema penitenciario y eliminar las disparidades
inequitativas y la política de encarcelamiento existente; la recuperación de la transparencia y obligación de rendir cuentas
de las estructuras estatales; y la reactivación de la estructura económica; todo esto, con el objetivo de recuperar el liderazgo internacional “…no sólo con el ejemplo de nuestro poder, sino con el poder de nuestro ejemplo…” (Biden, Jr., 2020, pág. 79).
En materia migratoria, el Presidente Biden, en su primer día de gobierno, suscribió varios decretos5 con los cuales busca revertir las políticas de su antecesor que separaban a los padres de sus hijos en las fronteras; que dimensionaba la política de asilo en términos poco transparentes; que imponía restricciones de viajes; que redujo el alcance y naturaleza del Estatus de Protección Temporal (TPS, en inglés); que imponían requisitos cuantitativos para la admisión de refugiados; entre otras.
En lo relativo al ámbito doméstico, en lo militar, tres acciones concretas se buscarán implementar: (i) ratificar la prohibición de uso de la tortura; (ii) transparentar las operaciones militares de EUA; y, (iii) introducir políticas incluyentes en la composición de las Fuerzas Armadas. En ese sentido, la primera acción efectiva introducida por el Presidente Biden,
fue el retirar la prohibición a personas transgénero para servir en las Fuerzas Armadas, a través de la firma de un Decreto, en el cual se refleja el criterio de mandatario por el cual “… la identidad de género no debe ser un obstáculo para el servicio militar y que la fuerza de EUA radica en su diversidad (…por lo que…) todos los estadounidenses calificados para servir en las Fuerzas Armadas de Estados Unidos deberían poder hacerlo…” (El Universo, 2021).
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