Ramiro Díez y el ajedrez
Los humanos somos injustos cuando utilizamos animales para recordar nuestros propios defectos. Nos insultamos con “burro, rata, zorra” o, a veces, simplemente decimos “animal”. Atribuimos a los animales nuestros defectos e imaginamos en ellos todo nuestro arsenal de oscuridades y bajezas. Quizás, también, si ellos pudieran o desearan insultarse, imaginamos que en ese caso la única palabra sería “humano.”
Y también denigramos de ellos inclusive en los refranes. Uno muy conocido es “Cría cuervos y te sacarán los ojos”. El origen de esta historia viene de la antigua Roma y es producto de nuestra humana ignorancia.
En aquel entonces, las cortesanas solían empollar huevos de cuervo entre sus senos. Tras algunos días, con el calor humano y con mucho cuidado, los polluelos nacían. Y entre las primeras cosas que veían, era un rostro humano. A partir de aquel momento, el pajarillo experimentaba lo que se llama “la impronta de nacimiento” y quedaba confundido por siempre. Él pensaba que era un ser humano o que el ser humano era un cuervo, como él. Cuando el animalito llegaba a la madurez sexual, entonces su cerebro actuaba como un pájaro-hombre o un hombre-pájaro: Se enamoraba de la cortesana, por supuesto, y le coqueteaba como pájaro, porque no podía dejar de serlo.
Entre las aves es un gesto de amor quitarse los piojos y otros bichos que pueden anidar entre sus plumas. Esa tarea de limpieza se la hace el ave por sí misma, pero hay partes de su cuerpo que su propio pico no puede alcanzar: concretamente su propia cara y los alrededores de los ojos. Entonces una forma de decirse “te amo” es picotear delicadamente alrededor de los ojos, para espantar y eliminar los pequeños insectos.
Cuando el pájaro estaba coqueteando con la cortesana miraba su extraño rostro sin plumas, pero veía que alguna parte alrededor de sus ojos tenía algo que se le parecía: las pestañas y las cejas. Y ante la sospecha de pequeños bichos en esa parte del rostro femenino, el cuervo picoteaba, como lo haría con su respectiva hembra. En ese momento, la cortesana horrorizada daba su mejor grito de terror por lo que consideraba un ataque contra sus preciados ojos. Y, de paso, maldecía al ave que, malagradecida, pretendía dejarla ciega, sin importar que ella misma la hubiera empollado.
Pensaban, entonces: “Yo te crié y ahora quieres sacarme los ojos”. No quería sacarle los ojos, sino los piojos. Por eso los cuervos tienen tan mala fama: porque las cortesanas romanas sabían de muchas cosas, pero no de etología.