Ramiro Díez y el Ajedrez – Revista NJ145
Ninguna pirámide del mundo es comparable con la que construyó el cura Diego de Landa en el siglo XVI: era una montaña de libros, los invaluables códices mayas, y les prendió fuego porque eran obra del demonio. A última hora, seducido también por su belleza, rescató tres ejemplares y los envió al Rey de España. Al soberano nada le importaron y los libros quedaron perdidos durante 400 años, hasta aparecer durante la Segunda Guerra Mundial.
Hitler cumplía años el 20 de abril, y desde días antes los soviéticos empezaron la fiesta con el estruendo de veinte mil cañones que se acercaban a Berlín. Entre los millares de combatientes soviéticos, había un jovencito de 21 años llamado Yuri Valentinovich Knorosov y no era un soldado más. Con todo su heroísmo a cuestas, era además un artista y un intelectual precoz en medio del infierno de la guerra.
Yuri, que era lector de Sherlock Holmes no se preguntaba por un crimen sino por la locura que producía millones de muertes. Él, violinista consumado, ahora escuchaba el estruendo de cañones, los disparos y las bombas. Él, que sabía escribir y pintar con ambas manos, ahora disparaba con una mano y lanzaba granadas con la otra. Él que sabía árabe, chino, griego, ahora interpretaba gritos de combate y de agonía en muchos otros idiomas.
La conquista de Berlín era una pesadilla. Se peleaba metro a metro, cuerpo a cuerpo, viendo a los ojos al enemigo. Todo estaba tomado por el fuego, y tampoco pudo escapar la Biblioteca Nacional. Conmovido por millares de libros devorados por las llamas, Yuri se lanzó a su interior para intentar salvar algunos libros. En medio de las llamas y los disparos, vio uno que le llamó la atención, no entendió de qué se trataba, pero lo guardó en su mochila y volvió al combate.
Cuando finalmente entró al búnker de Hitler, halló otro libro similar sobre un escritorio. A Yuri no le importó nada más, y también lo guardó en su mochila. La liberación de Berlín costó 170.000 víc- timas soviéticas y entre ellas no estuvo Yuri, que regresó con el botín de sus dos libros sagrados. Eran dos de los códices mayas enviados por el cura Landa al rey español, y que estuvieron perdidos durante 400 años.
Yuri Knorozov se atrincheró en sus estudios y en su sueño de desentrañar toda la belleza de los códices mayas y a eso entregó el resto de su vida. Gracias a él conocemos algo de lo que no alcanzó a destruir para siempre el fanatismo del cura Landa, ni la barbarie de la guerra. Hubo millones de sacrificios para que un artista intelectual, vestido de soldado, nos entregara un poco de nuestra historia.
En ajedrez, los más tremendos sacrificios, siempre quedan pequeños comparados con la vida real.
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